Hoy viajamos a bordo de las delicias que produce la agricultura de secano de Lanzarote.
La ‘magia’ de los sabores minerales
Es imposible encontrar otro lugar del planeta que produzca vinos y leguminosas parecidas a las de Lanzarote. La razón es sencilla: son hijos de una tierra mineral confeccionada por el fuego, el agua y el viento. Crecen además en sistemas de cultivo únicos en el mundo, adaptados a la peculiar naturaleza de la isla. Sólo aquí pueden ser posibles.
“¿Qué riego utilizan ahí?”, pregunta un usuario de Instagram a un productor que acaba de publicar la foto de unas arvejas (guisantes) en un enarenado volcánico. “Ninguno. Se alimentan del agua de lluvia”. Parece un superpoder, una película de Marvel. Pero no: es la agricultura tradicional de Lanzarote. La Oficina de la Reserva de la Biosfera de Lanzarote la impulsa con actividades como Cultivando futuro , una propuesta que invita a cuidar el suelo de forma ecológica y a crear sistemas agrarios sostenibles.
Prietos, firmes, de sabores delicados y concentrados… Los granos y las verduras son los protagonistas de la cocina de cuchara. No comprenderemos Lanzarote del todo sin haber comido unas costillas con piña (piña de millo, es decir: mazorca de maíz), un potaje de lentejas, un puchero o un gofio escaldado con cebolla.
Adaptación, sostenibilidad y superalimentos
Para entender la idiosincrasia de esta isla hay que agacharse y observar. Los jardines de sal en la costa se deshacen en escamas para aliñar las ensaladas de tomate y cebolla. Las piedrecillas negras (rofe, picón), expulsadas por la erupción de Timanfaya hace tres siglos, siguen siendo el colchón que protege los cultivos del sol y del viento, y también la esponja que absorbe y conserva la humedad del ambiente. Así se hacen las papas de Los Valles.
En La Graciosa todavía se jarean (secar al sol) pescados como los bocinegros o las salemas.
Antiguamente, cuando no se disponía de hielo, era un método de conservación fundamental. La bruma marina otorga a los cultivos mayor fortaleza. Las plantas silvestres y los frutales que crecen alrededor de los hoyos de La Geria aromatizan las uvas con las que se producen algunos de los vinos D.O. Lanzarote. Todo esto forma parte de la tecnología natural que Lanzarote ha heredado de aquella generación campesina que se vio obligada a lidiar con el magma, a empezar de nuevo.
El senderismo es una de las actividades que mejor nos pueden conectar con la cultura de esta isla volcánica. Una de las rutas con más historia es la Vuelta de Las Quemadas, que comienza junto a la Ermita de Los Dolores y transcurre entre cráteres y viñedos. No muy lejos crecen las batatas, introducidas en el siglo XIX y felizmente adaptadas al jable, esa banda de arenas blancas que atraviesa la isla desde Famara hasta Playa Honda, formada por restos de conchas y algas marinas trituradas que retienen el agua igual de bien que las arenas volcánicas.
Son legión los restaurantes de la isla que utilizan productos locales como las batatas en sus cocinas: verduras de la tierra, carnes típicas como el cochino canario, pescados de carne sedosa como el cherne y un gofio imprescindible en los postres (y que se lleva de maravilla con el cacao). Esa harina de cereales molidos y tostados, que fue fundamental para la supervivencia de la población lanzaroteña, es hoy un superalimento que siguen produciendo en La Molina de José María Gil, en pie desde 1870.
Fuente: https://turismolanzarote.com/